Menos mirar y más participar.

miércoles, 4 de enero de 2012

Tras la ventana negra.




           Hace aproximadamente 15 años, volcaba gran parte de mis esfuerzos en estudiar, recuerdo pasar horas sentado en una silla de esas que parecen de oficinista desgarbado. Era de color negro, con algunos toques de rojo en las telas que forraban respaldo y asiento. Mi mesa era grande y yo desordenado y a mi pensamiento sólo vienen imágenes de una maraña de libros y papeles campando a sus anchas sobre el cristal que remataba su parte superior. En busca de concentración, intentaba utilizar el tiempo de noche, manteniendo la luz principal apagada y dejándome achicharrar de calor por un pequeño flexo dorado. Con el paso del tiempo me fui acostumbrando y depuré mi técnica de autómata con descansos programados de diez minutos cada hora, señalados por un maravilloso reloj vestido de gorila, rigurosamente programado para ello. En ese momento abandonaba la silla y encendía la radio para escuchar las noticias de los servicios informativos, me dirigía a la ventana y con mucho cuidado para no hacer ningún tipo de ruido que pudiera despertar mi familia, la abría y dejaba reposar uno de mis codos sobre su alféizar de barro, mientras mi otra mano sacaba del bolso mi paquete de Coronas Rubio.  Al echar la mirada al frente, sólo carreteras vacías, luces vagas en el horizonte y una de las mayores sensaciones de tranquilidad que recuerdo haber tenido.

Esta noche, a las tres de la mañana, he vuelto a abrir esa misma ventana, más relajado y tranquilo, he dejado reposar de nuevo mis codos sobre el alféizar y he disfrutado al darme cuenta de que hay cosas que no cambian.

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