Menos mirar y más participar.

viernes, 2 de noviembre de 2012

Cuentos de Princesas descansando tranquilas VI














Cortinas negras entreabiertas,
bambalinas de luna de mayo,
Reflejo de tu rostro, sin alma, sin sonrisa.
Mi presencia no era compañía.
Sentada en el suelo,
derramaste nuestra única y última lágrima.

miércoles, 4 de abril de 2012

La desgarradora rotura del cordón umbilical


Ya había anochecido. Una luz tenue procedente de una vieja lámpara de mesa iluminaba en color sepia la habitación. El silencio ahogaba el llanto que en ocasiones sucumbía impotente ante la cruel visita del doctor muerte. Los presentes sintieron un dolor agudo en el vientre. Sus miradas titubeaban entre el infinito y una cama, donde se había asfixiado el último aliento. Un cuerpo inerte yacía ya sin dolor. La vida de la madre había roto aguas. Y sus hijos habían sentido por primera vez en su vida la verdadera y desgarradora rotura de un cordón umbilical.

jueves, 1 de marzo de 2012

Versos perdidos al atardecer.












Luce ciego el ocaso, rojo
tardío, ausente y perdido.
Muere el día. Pulmones rotos,
turbios y pasmados sentidos.
¡Cierra tus vulnerables ojos!
Te volviste inmune, esculpido
en acero, cortado en trozos.
impasible al paso del tiempo.
Luce muerto el ocaso rojo.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Poison Lovers

Puedes asomarte a esta ruina,
y avistar la sombra que me acorrala.
Valiente para abrir fuego,
olvidas tu lanza en el costado.
¿Dónde acampas?,
que sin conocer respuesta
hoy soy prisionero sin guardia.
Asumo mi torpeza
y dependencia hacia ti,
porque no hay muralla que me resguarde ante tu embiste,
porque no sé domarte.
Tu tiranía en sobresaltos,
mi esclavitud.

miércoles, 25 de enero de 2012

Hoy, me quedo contigo


Allí estaba tu gesto
devorado por el polvo.
Soplo el manto con el que te soterré.
A kilómetros, que la luz me devuelva el deleite de contemplarte.

martes, 24 de enero de 2012

A luchi


Atada al sueño, despierto aún de noche.
Ayer nos vimos de nuevo en el limbo que habitamos.
La narcosis de las memorias que invento,
ya es más fuerte que el recuerdo de lo que vivimos.
Con urgencia busco a quién me trate
pues todo está afectado,
y no se quién lo desafectará.
El desafectador
que lo desafecte,
buen desafectador será.

miércoles, 18 de enero de 2012

Arrebatar el hielo al tiempo


Camino lentamente, a veces despacio, otras con prisa. Salgo y entro; entro y salgo del portal número cinco de la calle Isabel La Católica. Y lo hago al menos tres veces al día. En algunas ocasiones voy a por el cartón de leche para el desayuno con café que debería haber comprado días atrás. ¡Fuerte el café solo a primera hora de la mañana! Luego regreso. Salgo de nuevo a media mañana a la rueda de prensa de turno. Vuelvo otra vez. Es mediodía y me dirijo a comer a casa de mi madre. Cruzo el portal nuevamente a la hora del café. Mi estómago me empieza a susurrar con cierta intranquilidad hacia las ocho de la tarde. Me lanzo a darme un homenaje de pinchos. Regreso a medianoche. 
En un día ya he entrado y salido cuatro veces de mi casa, fría en invierno, templada en verano. Y me da igual que sean las nueve de la mañana o que sean las siete de la tarde. Cuando dirijo mi mirada a la balconada del primer piso del edificio de enfrente, justo encima del Intimissimi, veo siempre una luz apagada que antes siempre estaba encendida.  
Y es una oscuridad que cada día que pasa aborrezco más, porque se que tu lámpara está apagada y nunca más volverás a encenderla; que tu silla está vacía, tu ordenador desconectado y tu mesa exactamente igual a como la dejaste. Tus plumas ya no tienen tinta reciente. Ya no acumulas más papeles, ni viene a visitarte gente. Tu teléfono ya no suena y el código penal es un ornamento más de tu estantería. Tu espacio se ha congelado tristemente en el tiempo como un cubito de hielo de los imposibles de arrancar a la cubitera.
Y como no soporto que mi mirada sólo sea capaz de captar una oscuridad que no se quiere marchar, he decidido arrebatar el hielo al tiempo, así que enciendo tu lámpara todos los días, me siento sobre tu silla, apoyo mis codos sobre tu mesa y conecto tu ordenador. Recupero tus papeles del archivo y estudio tus expedientes: Diligencias previas, autos, sentencias, recursos. Y me dispongo a escribir.
Me he apropiado de tu no presencia para hacerla menos insoportable. Tu luz ahora está encendida y tu memoria se convierte cada vez más en tangible. Cada palabra, cada frase, cada párrafo que escribo son un paso más próximo a tu recuerdo. Que se convertirá en eterno, porque conseguiré arrebatar el hielo al tiempo.

lunes, 9 de enero de 2012

Cuentos de princesas descansando tranquilas V.


 Llevo toda una vida dándole forma a esta entrada y no he conseguido darle los matices apropiados. No se porqué pero acabo de entender que tampoco le hacen mucha falta.

Olvidé,
con lágrimas transparentes,
tu brutal fuente de placer,
tu halo de loca durmiente,
el palacio de tu entrepierna,
con eterna sonrisa insolente.
Te olvidé.

miércoles, 4 de enero de 2012

Tras la ventana negra.




           Hace aproximadamente 15 años, volcaba gran parte de mis esfuerzos en estudiar, recuerdo pasar horas sentado en una silla de esas que parecen de oficinista desgarbado. Era de color negro, con algunos toques de rojo en las telas que forraban respaldo y asiento. Mi mesa era grande y yo desordenado y a mi pensamiento sólo vienen imágenes de una maraña de libros y papeles campando a sus anchas sobre el cristal que remataba su parte superior. En busca de concentración, intentaba utilizar el tiempo de noche, manteniendo la luz principal apagada y dejándome achicharrar de calor por un pequeño flexo dorado. Con el paso del tiempo me fui acostumbrando y depuré mi técnica de autómata con descansos programados de diez minutos cada hora, señalados por un maravilloso reloj vestido de gorila, rigurosamente programado para ello. En ese momento abandonaba la silla y encendía la radio para escuchar las noticias de los servicios informativos, me dirigía a la ventana y con mucho cuidado para no hacer ningún tipo de ruido que pudiera despertar mi familia, la abría y dejaba reposar uno de mis codos sobre su alféizar de barro, mientras mi otra mano sacaba del bolso mi paquete de Coronas Rubio.  Al echar la mirada al frente, sólo carreteras vacías, luces vagas en el horizonte y una de las mayores sensaciones de tranquilidad que recuerdo haber tenido.

Esta noche, a las tres de la mañana, he vuelto a abrir esa misma ventana, más relajado y tranquilo, he dejado reposar de nuevo mis codos sobre el alféizar y he disfrutado al darme cuenta de que hay cosas que no cambian.