Menos mirar y más participar.

jueves, 22 de diciembre de 2011

El "chino-japonés"


Barcelona está llena de “chino-japoneses”. Son restaurantes chinos que o no se comen un churro o no tienen más dinero que blanquear ni les quedan gatos en la nevera y han convertido su carta en un popurrí de gastronomía oriental que incluye el sushi, el maki y el sashimi, que están más de moda que el cerdo agridulce. Como si la memoria histórica no fuera con ellos. Lo que eran salones enormes y vacíos, plagados de ornamentos chinescos y con un olor entre turbio y mortecino, ahora son salas mínimal petadas hasta la bandera de modernos que presumen del manejo de los palillos realizando demostraciones malabaristas con el sushi.Y es que los chinos sí que saben. Si no puedes con el enemigo únete a él, o al menos, haz que lo parezca. Porque los chinos que regentan estos garitos, siguen siendo los mismos chinos vamos a decir poco higiénicos que mantenían los locales del pollo con almendras que sabía igual que la ternera con bambú y setas y del cerdo agridulce de sospechosa procedencia cárnica. Eso sí, ahora no regalan calendarios ni nada que se le parezca, no vayamos a soltar la liebre y nos descubran antes y con tiempo. Vaya usted a saber.

La vida a veces es como un restaurante chino. Hay momentos en los que una se queda vacía en la inmensidad de proporciones de su salón, sin saber las razones de su procedencia ni mucho menos el porvenir que le depara. Otras veces es como un japonés, cargada de pequeños detalles que revientan la sala. Pero muchas otras la vida está entre Pinto y Valdemoro, es decir, es como un "chino-japonés". Todo parece indicar que la cosa marcha bien pero en el fondo somos los mismos de siempre, en los lugares de siempre. Y estamos solos.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Repollo con patatas


Hoy he comido repollo con patatas aderezadas con un poco de pimentón dulce y aceite de oliva. Descubrí que me gustaba hace pocos meses. Antes, cada vez que mi madre me decía que había repollo para comer, yo renegaba de él y me limitaba a comerme las patatas escurridizas entre ese mar de hojas que realmente me resultaban desagradables a la vista y al olfato y que, gracias a ambos sentidos, me daban la excusa perfecta para mi negación del gusto.
Hoy el repollo responde a la misma receta de antaño, se sirve en el mismo plato y sobre la misma mesa. También la cocina es la de antes, solo cuenta con una vitro-cerámica nueva y un frigorífico de acero inoxidable que le da un toque posmoderno a la cocina de mi madre.
Entre pinchada y pinchada, levanto la mirada del repollo y solo veo una silla vacía. Inamovible. Carente de sentido. Melancólica. Silenciosa. Nostálgica. Taciturna. Decididamente, hoy a la cocina de mi madre le sobra una silla. O le falta una persona.
Hoy puedo decir que me gusta el plato que abominé toda mi infancia, pero hoy levanto la vista y solo veo una puta silla vacía, mis oídos solo reciben silencio y mis manos no consiguen ni siquiera tocar el vacío de tu ausencia.

¿Dónde estás papá?