Estaba cerca. Obtenido su único fin diario podía regresar al descanso que le proporcionaban sus pequeñas dosis de hipocresía, pero algo le incitaba a pensar que no era un día cualquiera. No se fiaba de su vista. Arrastrando los pies se acercó a la puerta y observó que estaba abierta. El miedo a lo desconocido inundó su pensamiento convirtiéndolo en un mar de dudas, separando cuerpo de mente, consiguiendo que sus brazos, viejos y pesados, hicieran realidad lo evidente.
Todas la reflexiones concebidas en función de aquel escape se habían desmoronado y los temores de los que había recelado se sucedían sin sentido, en una dislocada cabeza. Surgió la Duda, se quedó atrapado en la indecisión entre la comodidad del miedo conocido y la incógnita de lo no vivido.
Sus manos asiron la cadena negra y comenzó a apagarse el alba mientras los pernios chirriaban inquietantes.
Menos mirar y más participar.
lunes, 15 de marzo de 2010
Cuentos de Princesas descansando tranquilas.
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